Leí la palabra del Señor Jesús en la Biblia, “En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). Me di cuenta de que Dios le gusta al hombre honesto. Él espera que no tengamos pretensiones sino que nos convirtamos en una persona honesta como los inocentes niños. Ya que sólo el honesto puede entrar en el reino de los cielos. Entonces, ¿qué deberíamos hacer para ser una persona honesta? A menudo me inquieta esta cuestión. Gracias a la guía del Señor, tengo el conocimiento de cómo ser honesto. Por eso, quiero compartirlo con ustedes.
Está escrito en el libro de Juan 4:23-24, el Señor Jesús dijo, “Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad”. Esta parte de las escrituras me hace saber que el primer paso para ser honesto es compartir nuestros pensamientos íntimos, nuestra condición actual y dificultades reales con Dios en vez de hacer las cosas para presumir delante de otros, o decir las palabras bonitas o contrarias a nuestras propias convicciones para defraudar a Dios. Como el libro de Lucas 18:10-14 dijo, “Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. ‘Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano.’ Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘Dios, ten piedad de mí, pecador.’ Os digo que éste descendió a su casa justificado pero aquél no”. Al escuchar la plegaria del fariseo y el publicano, nos damos cuenta que la plegaria del publicano fue extremadamente sencilla, sólo pedía la misericordia de Dios para él, un pecador. Pero él reconoció sus errores con un corazón verdadero y se arrepintió de lo que había hecho mal ante Dios. Por el contrario, el fariseo sólo dijo algo bonito en la plegaria para vanagloriarse ante Dios y presumir ellos mismos delante de los demás. Realmente, no abrió su corazón y habló las palabras dentro de su corazón a Dios. Por tanto, aunque sus plegarias fueron bonitas, no podía recibir la aprobación de Dios. El Señor Jesús expuso a los fariseos, “que devoran las casas de las viudas, y por las apariencias hacen largas oraciones; éstos recibirán mayor condenación” (Marcos 12:40). En la vida real, deberíamos practicar hablar con seguridad a Dios, decirle la verdad y aceptar Su observación en nuestras palabras y obras, cuando oremos a Dios. Sólo de esta forma, nos podemos poner en el camino de ser una persona honesta.
El Señor Jesús dijo, “Antes bien, sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’; y lo que es más de esto, procede del mal” (Mateo 5:37). Su palabra nos dice que deberíamos ir directamente al grano y hablar de forma práctica y realista, hablar sinceramente y no hacer o decir nada deshonesto. Si no hablamos sinceramente, seremos perversos. Pensando en mi vida diaria, a menudo dije bastante que no es preciso para bien de mis propios intereses y estado. Por ejemplo, algunas veces tuve que hablar en contra de mi voluntad para adorar a otros. Por temor a que los otros me rechazaran la mirada, maquillaría la verdad y diría algo que me ensalzara para dar una buena impresión. Cuando no me salían muy bien las cosas en el trabajo, siempre me esforzaba para que el problema pareciese, y lo trivializaba cuando informaba sobre él. Estos problemas a menudo surgen en nuestra vida diaria y necesitan ser solucionados cuando intentamos ser honestos. Entonces, ¿qué deberíamos hacer para resolverlos sin mentir ni decepcionar? Lo primero es establecer demandas estrictas sobre nosotros mismos y lo que decimos. Debemos aceptar que Dios ve en nuestro corazón si nuestras palabras y obras son verdaderas para ver que si existe adulteración en palabras. Si hay adulteración, debemos orar para revelarnos nuestras intenciones personales que no son correctas. Sólo de esta forma, nuestras mentiras se disminuirán más.
El Señor nos pide, “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazon, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer mandamiento” (Mateo 22:37-38). Su palabra nos dice que debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente. Cuando cumplimos nuestros deberes, no debemos hacer tratamientos con Dios de manera superficial o engañarle con nuestra indolencia, sino darle a Dios lo mejor de nosotros mismos y agotarnos completamente para Él sin la adulteración de motivaciones, metas, u oficios. Sin embargo, cuando se trata de asuntos que involucren mis propios beneficios personales y se me requiera sufrir y pagar un precio, sólo estuve consciente de la carne y no pude llevar a cabo mi deber con mi corazón y fortaleza, pero quería ser descuidado y escatimar esfuerzos sin buscar ningún resultado, nunca considerando si esto puede satisfacer a Dios. Por ejemplo, cuando regué a los nuevos creyentes, sólo estuve contento que todo estaría hecho siempre y cuando los nuevos creyentes tuvieran la voluntad de asistir a reuniones, y no me importaba si ellos comprendían la verdad. Algunas veces, los hermanos y hermanas eran pasivos y débiles, sólo comunicaba con ellos pero no mantenía un seguimiento de sus situaciones personales para poder ayudarles y apoyarles. Para solucionar el problema de trabajar a la ligera, deberíamos reflejar si hemos cumplido nuestros deberes de forma aceptable, si pusimos nuestro corazón al cumplir nuestro deber y lo dimos todo de nosotros. Además, orar más a Dios, y aceptar Su observación y la supervisión de otros. Practicar esto por un tiempo nos ayudará a disminuir la situación engañosa en nuestros deberes.
Este es el método de práctica más crítico. El Señor dijo, “Este pueblo con los labios me honra, pero su corazon esta muy lejos de mi. ‘Mas en vano me rinden culto’” (Mateo 15:8-9). Lo que Dios espera es que le demos completamente nuestro corazón, en vez de decir que creemos en Él y le adoramos sólo con nuestras palabras. Aunque recibamos bendiciones o sufrimos infortunios, nuestra fe nunca debe cambiar. Finalmente, podemos entregar a nosotros mismos a Dios, sometiéndonos a Su soberanía y disposiciones sin ninguna razón ni condiciones, sin discutir nuestras propias ganancias y pérdidas. Justo como las pruebas de Job, que perdió su propiedad y sus hijos, sufriendo el tormento de la enfermedad. Sin embargo, todavía mantuvo su integridad sin nadie que comprenda, ni quejarse ni malinterpretar a Dios, ni perder la confianza en Él. Además, Él creyó en la soberanía de Dios y se entregó verdaderamente a Él. Otro ejemplo, cuando Abraham le mandó Dios que entregara a su único hijo Isaac como una ofrenda sacrificial, no pidió razones ni se quejó a Dios, estuvo dispuesto de devolverle incondicionalmente a Dios su hijo favorito, que fue nacido cuando tenía cien años de edad. Y Pedro, fue crucificado cabeza abajo por seguir a Jesuscristo, y así sucesivamente. Ellos son los honestos a los ojos de Dios porque le han dado su corazón. Comparados con ellos, no puedo obedecer o adorar a Dios sin condiciones. En vez de eso, sólo quiero pagar el precio por recibir las bendiciones de Dios en el cielo, y trabajar duro en cambio por la corona de la justicia. Tales son las manifestaciones de engañar a Dios. Aunque yo creo en Dios, Dios no está en mi corazón y no le puedo entregar mi corazón. Por tanto, ser una persona honesta que sea deleitable a Dios, es necesario que nosotros le demos nuestro corazón a Él. Deberíamos orarle a Dios, confiar en Él siempre en todos los acontecimientos, y actuar en base a Su voluntad. Sin importar lo que hagamos, no deberíamos conspirar por nuestros propios intereses, sino sometimos a la soberanía de Dios y Sus disposiciones.
Para ser una persona honesta, debemos cumplir con estos cuatro aspectos en la práctica: primero, hablar las palabras de nuestro corazón a Dios; decir la verdad cuando nos enfrentemos con algo; responsabilizarnos de nuestro deber, ser serios y cuidadosos; buscar la voluntad de Dios y entregarnos a Su soberanía y disposiciones, sin quejarnos a Él aunque nos ponga pruebas o recibimos bendiciones o infortunios. Sólo de esta forma, podemos ser una persona honesta que sea probada por Dios.
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