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Jesús come pan y explica las Escrituras después de Su resurrección

13. Jesús come pan y explica las Escrituras después de Su resurrección

Lucas 24:30-32 Y sucedió que al sentarse a la mesa con ellos, tomó pan, y lo bendijo; y partiéndolo, les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron; pero Él desapareció de la presencia de ellos. Y se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras?

14. Los discípulos le dan un pescado asado a Jesús para que coma

Lucas 24:36-43 Mientras ellos relataban estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Pero ellos, aterrorizados y asustados, pensaron que veían un espíritu. Y Él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Y cuando dijo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos todavía no lo creían a causa de la alegría y que estaban asombrados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces ellos le presentaron parte de un pescado asado. Y Él lo tomó y comió delante de ellos.

A continuación, echaremos un vistazo a los pasajes anteriores de las Escrituras. El primero es un relato del Señor Jesús comiendo pan y explicando las escrituras después de Su resurrección, y el segundo es un relato de Él mismo comiendo un pescado asado. ¿Cómo os ayudan estos dos pasajes para conocer el carácter de Dios? ¿Podéis imaginar el tipo de imagen que obtendréis a partir de estas descripciones del Señor Jesús comiendo pan y después pescado asado? ¿Podéis imaginarlo de pie delante de vosotros, comiendo pan? ¿Cómo os sentiríais? O, si estuviera comiendo con vosotros en la misma mesa, o comiendo pescado y pan con las personas, ¿qué tipo de sentimiento tendríais en ese momento? Si sientes que estarías muy cerca del Señor, que Él es muy íntimo contigo, este sentimiento es correcto. Es exactamente el resultado que el Señor Jesús quiso al comer pan y pescado delante de la gente reunida tras Su resurrección. Si, tras su resurrección, solo hubiera hablado con las personas, si estas no hubieran podido sentir Su carne y Sus huesos y, en cambio, hubieran creído que se trataba de un Espíritu inalcanzable, ¿cómo se habrían sentido? ¿No se habrían sentido decepcionadas? Y al sentirse así, ¿no se habrían sentido abandonadas? ¿No habrían sentido una distancia con el Señor Jesucristo? ¿Qué tipo de impacto negativo habría creado esta distancia en la relación de las personas con Dios? Sin duda se habrían sentido asustadas, sin atreverse a acercarse a Él, demostrando por ende querer mantenerlo a una distancia respetable. De ahí en más, habrían roto su trato íntimo con el Señor Jesucristo y habrían regresado al trato que tenía la humanidad con el Dios de arriba, en el cielo, tal como era antes de la Era de la Gracia. El cuerpo espiritual que las personas no podían tocar ni sentir habría resultado en la erradicación de su intimidad con Dios y también habría hecho que ese trato íntimo —establecido durante el tiempo del Señor Jesucristo en la carne, sin distancia entre Él y los seres humanos— dejara de existir. Lo único que el cuerpo espiritual generó en las personas fue miedo, evasión y miradas silenciosas. No se habrían atrevido a acercarse a Él ni a mantener un diálogo con Él, menos aún seguirle, confiar en Él o admirarle. Dios no deseaba ver este tipo de sentimiento que los humanos tenían por Él. No quería ver que las personas lo evitaran o se apartaran de Él; solo quería que lo entendieran, que se le acercaran y que fueran Su familia. Si tu propia familia o tus hijos te vieran, pero no te reconocieran ni se atrevieran a acercarse a ti y siempre te evitaran y si no lograras que entendieran todo lo que hiciste por ellos, ¿cómo te sentirías? ¿No sería doloroso? ¿No te rompería el corazón? Esto es precisamente lo que Dios siente cuando las personas lo evitan. Así, después de Su resurrección, el Señor Jesús siguió apareciéndose a las personas bajo Su forma de carne y hueso y continuó comiendo y bebiendo con ellos. Dios ve a las personas como Su familia y también quiere ser El más querido para la humanidad; solo de esta manera puede Él ganar de verdad a las personas, y solo así las personas pueden amarlo y adorarlo verdaderamente. ¿Podéis entender ahora Mi propósito al extraer estos dos pasajes bíblicos en los que el Señor Jesús come pan y explica las Escrituras después de Su resurrección, y en los cuales los discípulos le dan pescado asado para que coma?

Puede decirse que la serie de cosas que el Señor Jesús dijo e hizo después de Su resurrección fue reflexionada muy seriamente. Estas cosas estaban llenas de la bondad y del afecto que Dios tenía por la humanidad y estaban además llenas del aprecio y del cuidado meticuloso que Él tenía por el trato íntimo que había establecido con la humanidad durante Su tiempo en la carne. Aún más, estaban llenas de la nostalgia y el anhelo que sentía por Su vida de comer y vivir junto con Sus seguidores durante Su tiempo en la carne. Por eso, Dios no quería que las personas sintieran que había una distancia entre ellos, ni quería que la humanidad se alejase de Él. Más aún, no quería que el hombre sintiera que, después de Su resurrección, el Señor Jesús ya no era el Señor que había tenido tan íntimo trato con las personas, que Él ya no estaba más junto a la humanidad porque había regresado al mundo espiritual, al Padre que las personas nunca podrían ver ni alcanzar. No quería que las personas sintieran que había surgido alguna diferencia de estatus entre Él y la humanidad. Cuando Dios ve a aquellos que quieren seguirle pero lo mantienen a una distancia respetable, Su corazón se aflige porque eso significa que su corazón está muy lejos de Él y que le será muy difícil ganarlo. Por tanto, si se les hubiera aparecido a las personas en un cuerpo espiritual que no pudieran ver ni tocar, esto habría vuelto a distanciar al hombre de Dios, y habría hecho que la humanidad tuviera un concepto erróneo de Cristo tras Su resurrección, como si se hubiera vuelto elevado, de una clase diferente que los humanos, alguien que ya no compartiría una mesa ni comería con los hombres porque los humanos son pecadores, inmundos e incapaces de estar cerca de Dios. Con el fin de disipar las malinterpretaciones de la humanidad, el Señor Jesús hizo numerosas cosas que solía hacer en la carne, tal como se registra en la Biblia: “tomó pan, y lo bendijo; y partiéndolo, les dio”. Él también les explicó las Escrituras, tal como solía hacerlo antes. Todo esto que el Señor Jesús llevó a cabo hizo que cada persona que lo vio sintiera que el Señor no había cambiado, que seguía siendo el mismo Señor Jesús. Aunque había sido clavado en la cruz y había experimentado la muerte, Él había resucitado y no había abandonado a la humanidad. Había vuelto para estar entre los humanos y nada en Él había cambiado. El Hijo del hombre que estaba de pie delante de esas personas seguía siendo el mismo Señor Jesús. ¡Su comportamiento y Su forma de conversar con las personas era tan familiar! Seguía lleno de bondad, gracia y tolerancia; seguía siendo el mismo Señor Jesús que amaba a los demás como a sí mismo, que podía perdonar a la humanidad setenta veces siete. Como siempre lo había hecho, comió con las personas, les explicó las Escrituras y, lo más importante, como antes, era de carne y hueso y se le podía tocar y ver. El Hijo del hombre que Él era permitió que sintieran su trato íntimo, que se sintieran a gusto y que disfrutaran haber recuperado algo que había sido perdido. Con gran facilidad, valentía y confianza, empezaron a admirar y a confiar en este Hijo del hombre que podía perdonarle los pecados a la humanidad. También empezaron a orar en el nombre del Señor Jesús, sin vacilaciones, comenzaron a orar para obtener Su gracia, Su bendición y a recibir de Él Su paz y Su júbilo, Su cuidado y Su protección, y comenzaron a sanar a los enfermos y expulsar demonios en el nombre del Señor Jesús.

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Durante el tiempo en el que el Señor Jesús obró en la carne, la mayoría de Sus seguidores no pudieron comprobar por completo Su identidad y las cosas que decía. Cuando se iba acercando a la cruz, la actitud de ellos fue de observación. Entonces, a partir del momento que fue clavado en la cruz y hasta que fue sepultado, las personas se sintieron decepcionadas En ese entonces, en su corazón, las personas ya habían comenzado a pasar de dudar acerca de lo que el Señor Jesús había dicho cuando estuvo en la carne a negarlas por completo. Entonces, cuando Él salió de la tumba y se fue apareciendo una por una a las personas, la mayoría de los que le vieron con sus propios ojos o que oyeron las noticias de Su resurrección fueron pasando poco a poco de la negación al escepticismo. Recién cuando el Señor Jesús hizo que Tomás le pusiera la mano en Su costado y cuando partió el pan y comió delante de ellos después de Su resurrección, y después de que procediera a comer pescado asado delante de ellos, aceptaron realmente que el Señor Jesús era Cristo hecho carne. Se podría decir que fue como si ese cuerpo espiritual de carne y hueso, frente a aquellos hombres, los estuviera despertando a todos de un sueño: el Hijo del hombre que estaba allí, frente a ellos, era aquel que había existido desde tiempos inmemoriales. Tenía una forma, era de carne y hueso, y ya había vivido y comido junto a la humanidad durante un largo tiempo… En ese momento, ¡sintieron que Su existencia era muy real y maravillosa! Al mismo tiempo, ¡estaban llenos de júbilo y felices y llenos de emoción! Su reaparición permitió que vieran de verdad Su humildad, que sintieran Su cercanía y su cariño por la humanidad, y que sintieran cuánto pensaba en ellos. Esta breve reunión hizo que las personas que vieron al Señor Jesús sintieran como si hubiera transcurrido toda una vida. Sus corazones perdidos, confusos, asustados, angustiados, anhelantes y entumecidos hallaron consuelo. Ya no dudaban ni se sentían decepcionados, porque sentían que ahora había esperanza y algo en lo que confiar. El Hijo del hombre de frente a ellos sería para siempre su retaguardia; sería su torre fuerte, su refugio por toda la eternidad.

Aunque el Señor Jesús hubiera resucitado, Su corazón y Su obra no habían abandonado a la humanidad. Con Su aparición les dijo a las personas que independientemente de la forma en la que Él existiera, los acompañaría, caminaría con ellos y estaría con ellos en todo momento, en todo lugar. Y les dijo que en todo momento y en todo lugar proveería para la humanidad y la pastorearía; permitiría que le vieran y le tocasen, y se aseguraría de que nunca más se sintieran indefensos. El Señor Jesús también quería que las personas supieran que no vivían solas en este mundo. La humanidad cuenta con el cuidado de Dios; Él está con ellos. Pueden apoyarse siempre en Dios y cada uno de Sus seguidores es Su familia. Al poder apoyarse en Dios, la humanidad ya no estará sola ni indefensa, y aquellos que le aceptaran como ofrenda por el pecado dejarían de estar presos del pecado. A los ojos humanos, esta porción de la obra que el Señor Jesús llevó a cabo después de Su resurrección fueron cosas muy pequeñas, pero, en Mi opinión, cada mínima cosa fue muy significativa, valiosa, importante y cargada de gran significado.

Aunque el tiempo en que el Señor Jesús obró en la carne estuvo lleno de dificultades y sufrimiento, Él terminó perfecta y completamente la obra mientras estuvo en la carne y redimió a la humanidad apareciéndose en Su cuerpo espiritual de carne y hueso. Comenzó Su ministerio haciéndose carne y acabó Su ministerio apareciéndose a la humanidad en Su forma carnal. Anunció la Era de la Gracia y la comenzó con Su identidad como Cristo. Con esta identidad llevó a cabo Su obra y fortaleció y guió a todos Sus seguidores en la Era de la Gracia. De la obra de Dios se puede decir que Él de veras acaba lo que empieza. Su obra cuenta con pasos y con un plan y está repleta de la sabiduría de Dios, de Su omnipotencia y de Sus maravillosos hechos, de Su amor y de Su misericordia. Por supuesto, el hilo principal que atraviesa toda la obra de Dios es Su preocupación por la humanidad; Su obra está impregnada de la preocupación que nunca puede dejar de lado. En estos versículos de la Biblia, en todo lo que el Señor Jesús hizo después de Su resurrección, lo que se reveló fuer la esperanza y la preocupación inmutables de Dios por la humanidad, así como Su meticuloso cuidado y Su estima por los hombres. Hasta el día de hoy, nada de esto ha cambiado jamás, ¿podéis verlo? Cuando lo veis, ¿no se acerca vuestro corazón de forma inconsciente a Dios? Si vivierais en aquella época y el Señor Jesús se os apareciera después de Su resurrección, en una forma tangible para que pudierais verle, y si se sentara frente a vosotros, comiera pan y pescado y os explicara las Escrituras y os hablara, ¿cómo os sentiríais? ¿Estaríais felices? ¿U os sentiríais culpables? Los malentendidos previos y el evitar a Dios previamente, los conflictos previos con Dios y las dudas previas sobre Dios, ¿no desaparecerían todos por completo? ¿No se volvería más normal y adecuada la relación entre Dios y el hombre?

A través de la interpretación de estos capítulos limitados de la Biblia, ¿encontráis defectos en el carácter de Dios? ¿Alguna adulteración en Su amor? ¿Veis alguna astucia o maldad en la omnipotencia o la sabiduría de Dios? ¡Desde luego que no! ¿Podéis decir ahora con seguridad que Dios es santo? ¿Podéis decir con certeza que cada una de las emociones de Dios es una revelación de Su esencia y de Su carácter? Espero que después de leer estas palabras, lo que entendáis de ellas os ayude y os brinde beneficios en la búsqueda de un cambio de carácter y en el temor de Dios, y que estas palabras den fruto en vosotros y que crezca día a día, para que en el proceso de esta búsqueda os acerquéis cada vez más a Dios y al estándar que Él requiere. Espero que la búsqueda de la verdad ya no os aburra y dejen de sentir que esa búsqueda y el cambio de carácter son cosas difíciles y superfluas. Más bien que, motivados por la expresión del verdadero carácter de Dios y Su santa esencia, anheléis la luz, la justicia y aspiréis a buscar la verdad, a procurar satisfacer la voluntad de Dios y os convirtáis en personas ganadas por Dios, os convirtáis en personas reales.

Hoy hemos hablado sobre ciertas cosas que Dios hizo en la Era de la Gracia, cuando se encarnó por primera vez. A partir de ellas hemos visto el carácter que Él expresó y reveló en la carne, así como cada aspecto de lo que Él tiene y es. Todos estos parecen muy humanizados, pero la realidad es que la esencia de todo lo que Él reveló y expresó es inseparable de Su propio carácter. Cada método y cada aspecto del Dios encarnado que expresa Su carácter en humanidad están inextricablemente vinculados a Su propia esencia. Por tanto, es de suma importancia que Dios viniera a la humanidad por medio de la encarnación. También es importante la obra que realizó en la carne, pero, para cada persona que vive en la carne, para cada persona que vive en la corrupción, más importante aún es el carácter que Él reveló y la voluntad que expresó. ¿Podéis entender esto? Tras comprender el carácter de Dios y lo que Él tiene y es, ¿habéis sacado algunas conclusiones respecto a cómo deberíais tratarle? Finalmente, en respuesta a esta pregunta, me gustaría daros tres consejos: primero, no pongáis a Dios a prueba. Independientemente de cuánto comprendáis sobre Él, de cuánto sepáis sobre Su carácter, nunca jamás lo pongáis a prueba. Segundo, no compitáis con Dios por el estatus. No importa el tipo de estatus que Dios te dé o el tipo de trabajo que te encomiende, no importa el deber que te lleve a realizar y no importa lo mucho que te hayas esforzado y sacrificado por Dios, no compitas en modo alguno con Él por el estatus. Tercero, no compitas con Dios. Independientemente de que entiendas y puedas someterte a lo que Dios hace contigo, lo que Él dispone para ti y las cosas que traiga a tu vida, no compitas de ninguna manera con Dios. Si puedes seguir estos tres consejos, entonces estarás bastante a salvo y no tenderás a enfadar a Dios.

Extracto de ‘La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo III’ en “La Palabra manifestada en carne”

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