Cuando yo tenía doce años, comencé a creer en el Señor Jesús y me hice cristiana. Después de comenzar a creer, participé de manera activa y persistente en grupos de estudio bíblico y de adoración dominical. En las reuniones del estudio bíblico, a menudo discutíamos 2 Timoteo 4:7-8: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia […]”. Pensábamos que, como cristianos, debíamos imitar a Pablo y esforzarnos por salir y hacer obras, porque el Señor nos otorgaría coronas de justicia. Nuestro pastor también nos alentaba a menudo, diciendo que al reino de los cielos se entra mediante el esfuerzo, y mientras nos esforcemos en seguir y hacer la obra del Señor con diligencia, Él nos arrebatará al reino de los cielos cuando regrese. Estas enseñanzas se convirtieron en la piedra angular de mi creencia en Dios, y me juré a mí misma que haría todo lo que estuviera a mi alcance para participar en la obra de servicio de la iglesia y poder acumular el “valor” suficiente para satisfacer a Dios, de modo que cuando Él viniera, yo pudiera ser arrebatada al reino de los cielos.
En la universidad, mi pastor hablaba acerca de fomentar más talento en la iglesia, para que la iglesia pudiera expandirse por todas partes. Cuando vi que la iglesia necesitaba que las personas participaran y sirvieran, pensé: “Si puedo trabajar resueltamente por el Señor, laborar y gastar, Dios sin duda me bendecirá, y podré acumular premios para mí en el cielo”. Aunque estaba muy ocupada con mi trabajo durante ese período, cada semana dediqué todo mi tiempo por fuera de clases a hacer obras de servicio, a dirigir diversos campos de estudio, a visitar y apoyar a mis hermanos y hermanas, a planear actividades de la iglesia, a participar en capacitaciones de la iglesia, y así sucesivamente. Dondequiera que la iglesia necesitaba mi servicio, me encontraban con toda seguridad. Aunque estaba tan ocupada que casi no encontraba tiempo para respirar entre el servicio de la iglesia y mis clases, cuando pensaba en que mi labor y mis obras serían intercambiadas por un futuro agradable y por las bendiciones del Señor, sentí que todos mis sacrificios valían la pena.
Pero, gradualmente, comencé a darme cuenta de que los líderes de la iglesia a menudo tenían disputas sobre las ofrendas, que estaban divididos en facciones debido a sus intereses, y que los trabajadores de la iglesia peleaban entre sí por su posición. Yo también vivía a menudo en el pecado, y estaba muy entusiasmada con los hermanos y hermanas que me cuidaban y ayudaban, pero cuando los hermanos y las hermanas a quienes no conocía necesitaban que yo los cuidara y ayudara, yo no quería ayudarles con amor. También dije e hice cosas de manera intencional para convertirme en líder de un grupo de estudio, luchando así por mi reputación e intereses en contra de mis compañeros de trabajo. Todas estas circunstancias me confundieron mucho. Los líderes y los trabajadores de la iglesia, incluyéndome a mí, podían trabajar sin quejarse, así como gastar y sacrificarse considerablemente, en el servicio al Señor. ¿Por qué era que, aunque el Señor Jesús nos enseñó a ser tolerantes, pacientes y amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos, no podíamos hacerlo?
Por casualidad, una de mis hermanas de la universidad me invitó a mí y a otro hermano a participar en un grupo de estudio bíblico en línea. En una reunión, examinamos estos versículos de las Escrituras: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’ Y entonces les declararé: ‘Jamás os conocí; apartaos de mi, los que practicais la iniquidad’” (Mateo 7:21-23). Mi hermano dijo: “Estas personas mencionadas en las Escrituras, quienes profetizan y obran en el nombre del Señor, según las nociones de la mayoría de las personas, son las que gastan y se sacrifican más por el Señor. Deberían ser las personas a quienes más aprueba el Señor, y asegurárseles un lugar en el reino de los cielos. Pero, ¿por qué dice el Señor que no los aprueba, y que más bien los condena por sus pecados?”
Después de leer estos versículos y escuchar la pregunta de mi hermano, pensé: Hace un año hablamos de esto en nuestro grupo de estudio bíblico. En ese tiempo, un hermano hizo la misma pregunta. ¿Por qué el Señor Jesús dice que estas personas que laboraron y trabajaron no pueden entrar en el reino de los cielos? ¿Y por qué eso parece estar en conflicto con nuestra creencia de que somos llamados justos porque creemos, y que podemos entrar en el reino de los cielos a través de la labor y el trabajo? A pesar de que discutimos estas preguntas, no encontramos ninguna solución a estos misterios. Más tarde, busqué respuestas con el Sr. Huang, un amigo de la iglesia que estaba muy familiarizado con la Biblia, pero él tampoco pudo explicar las razones, y mantuvo su creencia de que la labor y el trabajo diligentes nos permiten entrar al reino de los cielos. Ese día, este hermano planteó la misma pregunta, lo que me produjo curiosidad. Quise escuchar las enseñanzas de mi hermano.
Él señaló: “Mucha gente lee que Pablo dijo: ‘He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia [...]’ (2 Timoteo 4:7-8), y hacen de este su propio lema. Persiguen la labor, el trabajo, el sufrimiento y el gasto, y creen que si persisten en estas cosas, serán arrebatados al reino de los cielos por el Señor. Pero, ¿está de acuerdo esto con la voluntad de Dios? ¿El Señor Jesús dijo que la labor y el trabajo bastan para entrar en el reino de los cielos y ser recompensados? Dios controla quién entra al reino de los cielos, por lo que deberíamos basar nuestra comprensión acerca de qué tipo de personas pueden entrar en las palabras del Señor, y no en nuestras propias nociones y fantasías. El Señor Jesús dijo: ‘No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos’ (Mateo 7:21). ‘Y amaras al Señor tu Dios con todo tu corazon, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza’ (Marcos 12:30). El Señor dice con mucha claridad que solo aquellos que hacen la voluntad del Padre pueden entrar al reino de los cielos, que las personas que entran al reino de los cielos son las que hacen la voluntad de Dios, aman a Dios con todo su corazón, alma y mente, y le obedecen. Él no dice que quienes laboran y trabajan entrarán en el reino de los cielos. Los principales sacerdotes, escribas y fariseos en la Era de la Ley servían descalzos en el templo, e incluso viajaban a los rincones más lejanos de la tierra para predicar el evangelio. En apariencia, parecían gastar, renunciar, y soportar el sufrimiento y las quejas por Dios, pero cuando el Señor Jesús vino a obrar, para salvaguardar sus propias posiciones e ingresos, inventaron todo tipo de rumores, se resistieron frenéticamente y condenaron al Señor Jesús, e impidieron también que los creyentes comunes en el judaísmo recurrieran al Señor Jesús. Creían en Dios, pero no conocían a Dios, e incluso eran capaces de resistir y condenar a Dios. Sin importar la cantidad de trabajo que hicieran, Dios nunca permitiría que tales personas entraran en Su reino.
“Recuerdo que en nuestra iglesia, a pesar de que muchas personas pudieron abandonar todo por la obra del Señor, y lo hacían sin prestar atención al viento o la lluvia, e incluso dieron sus vidas para servir al Señor, era innegable que a menudo no podíamos seguir las enseñanzas del Señor. Nuestra obra y gastos a menudo contenían nuestras propias ambiciones y deseos, y no se hacían en absoluto por puro amor al Señor o para satisfacerlo. A veces, en su servicio a Dios, algunas personas robaron las ofrendas de nuestros hermanos y hermanas a Dios, guardándolas para complementar sus vidas materiales. Otras personas laboraron y trabajaron para intercambiarlas por recompensas del Señor, no por consideración a Dios o para pagar el amor de Dios. Algunas personas a menudo se exaltaban y se testificaban a sí mismas en su obra y predicación, en lugar de exaltar y testificar al Señor, así que los creyentes las adoraban y admiraban, y no tenían lugar en sus corazones para Dios, sino más bien un lugar para ellas. Algunas personas gastaron apasionadamente para obtener posiciones de liderazgo o prestigio entre los creyentes. Algunas personas, incluso mientras laboraban y trabajaban, también luchaban por alcanzar la fama y la fortuna, rechazaban a los que tenían opiniones diferentes, formaban facciones y camarillas y trataban de establecer sus propios reinos... ¿Personas como esas podrían hacer la voluntad de Dios? ¿Estaban realmente amando y satisfaciendo al Señor? Personas como esas nunca podrían hacer la voluntad de Dios, y mucho menos podrían entrar al reino de Dios. Siempre pensamos que la labor y el trabajo nos permitirían entrar en el reino de los cielos, pero eso se basaba enteramente en nuestras propias nociones e imaginaciones”.
Después de escuchar la enseñanza de mi hermano, varias escenas pasaron por mi mente: los líderes y trabajadores de la iglesia luchando por su reputación y sus intereses, mi falta de voluntad para ayudar a los hermanos y hermanas necesitados a quienes no conocía, las cosas que decía, hacía, y la forma en que presumía para ser líder de un grupo de estudio, y cómo luchaba contra mis compañeros de trabajo por mi reputación e intereses... ¡Realmente estábamos viviendo en el pecado, y no como personas que estaban haciendo la voluntad de Dios!
Al día siguiente, no pude dejar de pensar en la enseñanza de mi hermano. Repasé sus palabras en mi mente, y pensé: “Su enseñanza estaba de acuerdo con las palabras del Señor. Mientras laboramos, trabajamos y gastamos, también luchamos por nuestra propia reputación, intereses y estatus, nos peleamos entre nosotros por los beneficios, nos mentimos y nos engañamos unos a otros, y a menudo pecamos y nos resistimos al Señor. Nuestras obras no estaban haciendo en absoluto la voluntad del Padre. El Señor dijo: ‘sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos’ (Mateo 7:21). ¿Cómo podríamos las personas que nos sacrificamos y gastamos de la manera en que lo hicimos, entrar posiblemente al reino de Dios? Pero, por otro lado, aunque muchas de las intenciones detrás de nuestra labor y gasto eran erróneas, y aún podíamos pecar y resistirnos a Dios, nuestro pastor nos decía a menudo que el Señor había perdonado nuestros pecados, y que cuando Él viniera, seríamos arrebatados directamente al reino de los cielos. ¿Qué estaba pasando aquí? Me sentí muy confundida. Anhelé la próxima reunión, cuando pudiera discutir estas preguntas con mi hermano.
Continuará…
Segunda parte: Descubrí el remedio de cómo entrar en el reino de Dios (II)