Poder recibir la segunda venida del Señor Jesús es el mayor deseo de quienes creen sinceramente en el Señor. Entonces, ¿cómo podemos recibir al Señor Jesús? A continuación veremos unas enseñanzas sobre las tres principales vías para que podamos recibir juntos el regreso del Señor.
Dice Dios: “Ya que Mis pensamientos no son los de vosotros, ni vuestros caminos son los míos, dijo Jehová. Ya que los cielos son más altos que la tierra y Mis caminos más altos que los de vosotros y Mis pensamientos que los de vosotros” (Isaías 55:8-9)*. “Deberíamos saber todos que Satanás ha corrompido a las personas, que son de la carne. Su naturaleza es oponerse a Dios, y no están en paridad con Él, mucho menos pueden ofrecer consejo para la obra de Dios. Cómo guía Él al hombre es Su propia obra. El hombre debería someterse, y no tener tal y tal opinión, porque no es sino polvo” (“Prefacio”). Dios es el Señor de la creación y Su obra y Sus palabras revelan Su autoridad, Su poder, Sus maravillas y Su sabiduría. Concuerden o no Sus actos con nuestras nociones y tanto si los entendemos como si no, todos debemos buscar, aceptar y someternos con un corazón temeroso de Dios porque Él es el Creador. Esta es la clase de razonamiento que deberíamos tener como seres humanos. Si somos arrogantes y nos amparamos en nuestras nociones y fantasías para delimitar la obra de Dios, si siempre nos aferramos a muchas de nuestras ideas sobre el regreso del Señor y exigimos que Dios haga esto o aquello, seremos proclives a hacer cosas opuestas a Dios. De igual modo, cuando el Señor Jesús vino a obrar, los fariseos carecían por completo de un corazón que venerara a Dios, por lo que no se dedicaron a buscar en relación con Su obra. Sabían bien que las palabras manifestadas por el Señor Jesús poseían autoridad y poder, pese a lo cual adoptaron con insolencia sus propias nociones y fantasías como ciertas, creyendo que cuando viniera Dios se llamaría Mesías y nacería en el seno de un linaje aristocrático para ser rey de los judíos. No obstante, cuando vino Dios, se llamaba Jesús y había nacido en una familia normal. Tampoco hacía de rey suyo, por lo que los fariseos lo juzgaron creyendo que el Señor Jesús no era ni el Mesías ni Dios. Según sus fantasías, los fariseos creían que, cuando viniera el Mesías, les daría esclarecimiento y se revelaría a ellos en primer lugar, y que obraría desde el interior del templo. No creían que fuera a obrar y predicar en medio de personas tan humildes como prostitutas, taberneros y pescadores; creían que seguiría guiándolos a ellos para que cumplieran las leyes del Antiguo Testamento. Sin embargo, durante Su obra, el Señor Jesús salía del templo y con frecuencia se sentaba a partir el pan con los pecadores. Predicaba y obraba en medio de la plebe, obraba en el sabbat, permitía que ese día Sus discípulos arrancaran y comieran grano, exigía a Sus seguidores que cumplieran las enseñanzas de la nueva era, etc. No obstante, los fariseos se aferraban con arrogancia y terquedad a sus nociones y fantasías, oponiéndose, condenando, juzgando y blasfemando con todas sus fuerzas al Señor Jesús. Acabaron confabulándose con el Gobierno romano para crucificarlo, lo que ofendió gravemente el carácter de Dios, y sufrieron Su justo castigo. El fracaso de los fariseos nos muestra claramente que ampararnos en nuestras nociones y fantasías a la hora de abordar las palabras y la obra de Dios hace posible que nos opongamos a Él y ofendamos Su carácter. Esto nos conduce al rechazo y el castigo de Dios. Por tanto, al recibir la venida del Señor, de ninguna manera podemos delimitarla ni juzgarla según nuestras nociones y fantasías. Por el contrario, debemos olvidarnos de ellas, conservar un corazón que venere a Dios y buscar la verdad con una mentalidad abierta basándonos en las palabras del Señor. Esta es la única vía para poder recibir el regreso del Señor. Tal como afirmó el Señor Jesús: “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos. […] Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados” (Mateo 5:3, 6).
El Señor Jesús enunció: “Pero a medianoche se oyó un clamor: ‘¡Aquí está el novio! Salid a recibirlo’” (Mateo 25:6). Este versículo muestra la exigencia del Señor Jesús de que seamos vírgenes prudentes; siempre que alguien clame que el novio ha venido, o sea, si alguien predica en los últimos días que el Señor ha regresado, debemos buscarlo e investigarlo activamente. Debemos centrarnos en oír la voz de Dios. Esta es la única vía para poder recibir al Señor y ser arrebatados ante Su trono en las alturas. Ahora bien, algunos hermanos y hermanas han ignorado esta importante exigencia del Señor. Sólo escuchan lo que dicen los pastores y ancianos y creen que, en tanto que se aferren al nombre del Señor, oren y lean la Biblia con frecuencia y cumplan diligentemente con su trabajo para el Señor, cuando Él venga podrán recibirlo; no es preciso que salgan a buscar e investigar. Algunos pastores y ancianos llegan a advertir a sus hermanos y hermanas de que estamos en los últimos días, por lo que cada vez hay más falsos Cristos y anticristos y no deberían escuchar, ver ni entrar en contacto con absolutamente nadie que difunda la buena nueva del regreso del Señor. Alegan que esa es la única forma de que no los engañen. Yo considero que, en comparación con lo que nos exige el Señor Jesús, nuestro modo de pensar no concuerda con la verdad ni con la voluntad del Señor. En el momento crucial de la venida del Señor, si oímos un testimonio de que el Señor Jesús ha regresado, pero continuamos esperando pasivamente en vez de buscar e investigar de manera proactiva, ¿cómo podremos recibir al Señor? Si simplemente excluimos al Cristo verdadero porque tememos que los falsos Cristos nos engañen, ¿no estamos precisamente tirando piedras sobre nuestro propio tejado? ¿No sería entonces muy probable que perdiéramos la oportunidad de recibir la venida del Señor? El Señor Jesús nos hizo una promesa: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7). Y la Biblia manifiesta: “Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo” (Romanos 10:17). Aquí vemos que solamente si escuchamos los sermones y nos centramos en la búsqueda y el estudio de manera activa, podremos recibir la guía de Dios. Especialmente cuando se trata de recibir la venida del Señor, debemos orarle con sinceridad y, cuando oigamos la buena nueva de Su venida, hemos de buscar activamente; así obtendremos el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo y recibiremos el regreso del Señor. Es igual que cuando Pedro, antes de que lo exhortara el Señor en la Era de la Gracia, oyó hablar de los actos del Señor Jesús y ansiaba ver a Aquel que difundía el evangelio del reino de los cielos. Al oír anunciar a su hermano Andrés “Hemos hallado al Mesías” (Juan 1:41), Pedro tomó la iniciativa de ir con él a ver al Señor Jesús, y a través de Su obra y Sus palabras comprobó que era el Mesías. Acabó dejándolo todo para seguir al Señor Jesús y recibió Su salvación. Por eso es clave que nos dediquemos a buscar e investigar activamente cuando oigamos a alguien difundir la buena nueva del regreso del Señor Jesús.
El Señor Jesús fue claro con nosotros: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir” (Juan 16:12–13). “Mis ovejas oyen mi voz” (Juan 10:27). Esto también aparece profetizado en múltiples ocasiones en los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. Y el capítulo 3, versículo 20, dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”. Partiendo de las palabras del Señor Jesús y las profecías del Apocalipsis podemos señalar que, cuando el Señor Jesús regrese en los últimos días, pronunciará más palabras para regarnos y sustentarnos con las verdades que no comprendemos. Cuando oigamos la buena nueva del regreso del Señor y reconozcamos la voz de Dios en Sus manifestaciones podremos seguir las huellas del Señor y asistir al banquete del Cordero. Por eso es tan importante que nos centremos en oír la voz de Dios para recibir el regreso del Señor Jesús.
Entonces, ¿cómo podemos discernir la voz de Dios? No depende de cuánta aptitud tengamos ni de cuánto tiempo llevemos creyendo, sino de nuestra intuición, del razonamiento de nuestro espíritu, de ese sentimiento compartido dentro de nuestros corazones. Cualquiera que tenga corazón y espíritu puede sentirlo con toda certeza. Tal como afirmara Jehová: “Que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos, y sobre la tercera y la cuarta generación de los que me aborrecen, pero que muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Deuteronomio 5:9–10). Cuando Jehová Dios le hizo una promesa a Abraham, dijo: “Haré de ti una nación grande, […] Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Génesis 12:2–3). Y el Señor Jesús declaró lo siguiente: “Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí” (Mateo 5:10–11). Además, cuando el Señor Jesús maldijo a los fariseos, exclamó: “Pero, ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!” (Mateo 23:13). “¡Serpientes! ¡Camada de víboras! ¿Cómo escaparéis del juicio del infierno?” (Mateo 23:33). Al leer las palabras de Dios, a todos nos resulta evidente que son la verdad, que poseen poder y autoridad y no podrían salir de boca humana. Las palabras de Dios desvelan misterios y nos hablan del plan de gestión de Dios, que nunca antes hemos conocido. Las palabras de Dios van directamente al meollo de la esencia corrupta de los seres humanos e incluso pueden dejar al descubierto la corrupción más hondamente escondida en nuestros corazones. En ellas vemos la naturaleza y esencia de toda clase de personas. Por otro lado, las palabras de Dios nos proveen de sustento de vida al señalarnos una senda concreta de práctica y resolver nuestras dificultades prácticas, tal como expresara el Señor Jesús en cuanto a verdades como la manera de tratar al prójimo o de abordar a nuestros enemigos. Eso nos dio una senda clara de práctica para relacionarnos con los demás y así supimos cómo tratar a otras personas. Estos son los principios para discernir si algo es o no la voz de Dios.
De hecho, todos los discípulos que siguieron al Señor Jesús en la Era de la Gracia, como Pedro, Juan y Santiago, eran personas que lo oyeron hablar y predicar y creyeron que Sus palabras estaban llenas de autoridad y poder, de que estaban en posesión de la verdad. Las consideraron palabras de Dios, por lo que reconocieron que el Señor Jesús era la venida del Mesías, lo siguieron y recibieron Su salvación. Y aparte, Bartolomé, que supo dentro de sí que el Señor Jesús era Hijo de Dios cuando Aquel le dijo: “He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño. […] Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Juan 1:47–48). En ese momento supo que el Señor era el rey de los israelitas, pues, pese a que el Señor Jesús no lo conocía de antes, sabía que oraba en silencio y le había dicho que no había engaño en él. Bartolomé se dio cuenta de que únicamente Dios puede escrutar el corazón del hombre; la gente normal carece por completo de esa habilidad y autoridad. Por tal motivo, cuando nos hallemos ante las palabras del Señor en los últimos días, en la medida en que las meditemos y escuchemos sincera y atentamente con el corazón, podremos reconocer la voz de Dios. Todos aquellos capaces de oír la voz de Dios, que lo acepten y se sometan a Él recibirán el regreso del Señor y serán arrebatados ante el trono de Dios en las alturas para que asistan al banquete del Cordero. Todas esas personas son vírgenes prudentes y las más bendecidas que hay.
Ya conocemos las tres principales vías para recibir la venida del Señor. La primera, no ampararnos en nociones y fantasías y tener un corazón temeroso de Dios. La segunda, buscar e investigar activamente el camino verdadero. La tercera, centrarnos en oír la voz de Dios. Creo que siempre y cuando practiquemos de acuerdo con estas tres vías, sin duda podremos recibir el regreso del Señor Jesús.
El Señor esté con nosotros, ¡amén!
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